jueves, 12 de agosto de 2010

¿SOMOS REALMENTE CONCIENTES DE ESTO?(part 2)

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INVIERNO DE 1872
Un año después de la Comuna de París, en Chicago, miles sin hogar y hambrientos a causa del Gran Incendio, hicieron manifestaciones pidiendo ayuda. Muchos llevaban en pancartas inscritas las palabras “Pan o sangre”. Recibieron sangre. Corridos al túnel debajo del río Chicago, fueron abaleados y golpeados.

Después de 1877, las dos clases entendieron bien que pronto estallarían nuevos conflictos. En el horizonte, la burguesía veía una “Comuna Americana” y preparaba medidas sangrientas para reprimirla; en las ciudades principales convirtió los arsenales en fortalezas; transformó la Guardia Nacional en un ejército moderno con armas modernas –ametralladoras Gatling– contrató grandes ejércitos privados de informantes, matones y pinkertons –guardias privados–” (Del Obrero Revolucionario, No. 351, 14.4.1986).

Los empresarios gozaban de sus propias asociaciones y tomaron providencias para evitar la unión de los trabajadores. Se dictó la prohibición a la huelga, a la asociación, y respecto de los activistas se elaboraban “listas negras” de modo que quienes constaban en ellas no podían ser contratados en ninguna empresa. En la revista The North American Review se leía: “en EE.UU. nada garantiza al hombre el primero y más grande de todos sus derechos inalienables; el que el trabajador debe tener a todos los frutos de su trabajo”. De las propias estadísticas oficiales se establecía que los obreros recibían apenas el 15% de los bienes materiales que producían, apropiándose del 85% restante un puñado de dueños del capital.

LA ORGANIZACIÓN
En 1882 lograron el reconocimiento al derecho de organización. Pero es a fines de los años setenta y comienzo de los ochenta, particularmente, durante la crisis económica (1882-1885) que aparecen las primeras uniones o sindicatos en los estados de mayor concentración obrera e industrial (Nueva York, Pennsylvania, Massachusetts, Ohio e Illinois).

Más allá de las exigencias de los trabajadores europeos de limitar la jornada a diez y doce horas, se empezó a considerar que las nuevas condiciones tecnológicas y sociológicas, la debían reducir a ocho horas, y por ello ésta se constituyó en la principal reivindicación de la clase obrera. El Cuarto Congreso de la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), realizado el 7 de octubre de 1884, por moción presentada por Gabriel Edmonston, resolvió que a partir del primero de mayo de 1886 la jornada de trabajo duraría ocho horas. La consigna decía: “Un día de rebelión, no de descanso!… Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”.

La imagen de la jornada de ocho horas, a los dueños del capital les pareció una sandez y un disparate, pero entre los obreros logró gran poder de convocatoria. Con tal propósito desde comienzos del año 86 se multiplicaron las huelgas. La efervescencia de los acontecimientos comprometió a un grupo de anarcosindicalistas, entre ellos Albert Parsons y August Spies, quienes dirigían la prensa obrera y daban orientación a los trabajadores, uno de sus postulados decía: “la libertad sin igualdad es pura mentira”. En 1876 se había fundado el Partido Obrero Socialista de América, pero en Chicago, en cambio, sus dirigentes, se desentendieron de la lucha obrera porque estaban embelesados debatiendo en la arena parlamentaria.

PRIMERO DE MAYO
Llegó el Primero de Mayo. En la fábrica de maquinaria agrícola Mackormic Reaper, en medio de la agresión y provocación diaria de esquiroles protegidos por la policía, se desarrollaba una huelga. El 3 de mayo, Spies se presentó para animar a los huelguistas con uno de sus tantos discursos. Le escuchaban alrededor de 6000 obreros cuando apareció la policía para escoltar a los rompehuelgas que en ese momento salían de la planta. No pudo concluir su intervención. Los precursores del Pentágono guardaban intenciones de cortar todo de raíz y apurar el desenlace, las instrucciones eran amedrentar y escarmentar. La ira demostrada por los trabajadores frente a los esquiroles fue razón suficiente para que la policía abra fuego, mate a seis y hiera a muchos de los reunidos. Esa misma noche Spies escribió …esta tarde mataron a seis de sus hermanos de la fábrica Mackormic, les mataron porque ellos, igual que ustedes, tuvieron el coraje de desobedecer la suprema voluntad de sus dueños. Les mataron porque habían osado pedir que se le redujera las horas del trabajo pesado. Les mataron para demostrarles a ustedes “libres ciudadanos de América”, que deben estar satisfechos y contentos por lo que sus amos tengan la condescendencia de permitirles, si no quieren ser asesinados…”[...]

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